Historia de una amor (Documentos) / History of a love affair (Documents)
Historia de una amor (Documentos)
I. Los orígenes
Nos conocimos en San Jacobo, una tarde de octubre. Un organista inglés, Simón Preston, para ser exactos, terminaba de tocar una overtura para coral de Bach (“Kommheiliger Geist”). La muchacha estaba justo delante de mí, era alta y rubia, de carnes duras. Como culminación, de una de las tantas olas sordas que se producían en aquel apretujamiento humano, mis labios vinieron a chocar brutalmente contra su nuca desnuda (usaba aquel día ese peinado alto que no le queda de lo mejor). Volvió el rostro, mostrándome la mayor cantidad de furia por milímetro cuadrado que es dable encontrar en dos ojos azul turquesa. Supongo que mi terror fue tan evidente y de una calidad tan eisensteiniana, como que fue capaz de colocar un trocito de leche y miel (es decir, un caramelo metafísico) en la pequeña boca de aquella indignación tan súbita, pues de inmediato, el rostro de la muchacha se transfiguró, diluyéndose en la más estimulante expresión de piedad-simpatía que yo hubiese visto jamás. Entonces, temblando un poco (en forma que me permito recomendar a todos los que en el futuro se hallen en semejante trance), la besé respetuosament en una mejilla y luego, final y triunfalmente, en la boca. Para entonces el organista ponía en fuega, en muy glorioso desorden para milicias de tanta fama, a los subpoderes masivos del Reino celestial: nos arrojaba desde las alturas la Fantasía y Fuga sobre el tema “Ad nos, ad salutarem undam”, de Liszt, como noticias de libertad al foso de los condenados a muerte. Sin embargo, un ciego que estaba junto a nosotros nos buscó los cuerpos y nos dio palmaditas, asintiendo con señorío y dulzura, en las espaldas: había escuchado además el minúsculo ruido de nuestros labios al separarse. Una gorda vieja judía, por el contrario, aprovechó mi arrobamiento para hundirme el codo peligrosamente cerca del hígado. Alguien por ahí olía excesivamente a ajo rancio. María (entonces yo no sabía aún que se llamaba María) se apretó contra mi cuerpo, puso su rostro sobre mi pecho y cerró los ojos. Así escuchamos el Studio Sinfónico, de Bossi. Aquella misma noche nos casamos, luego de lograr, usando todas mis influencias con el Partido, la dispensa de los trámites previos. Pero ella durmió todavía esa noche en casa de sus padres, que se mostraron perplejos con las noticias. Yo escribí un poema, poblado de aleluyas, hosannas, etc.
— Roque Dalton
History of a love affair (Documents)
I. Origins
We met in Saint Jacob’s, an October afternoon. An English organist, Simon Preston to be exact, had just finished playing a Bach chorale overture (“Kommheiliger Geist”). The girl was just in front of me, tall and blonde, skinny. At the high point of one of many silent waves that ran through that sea of packed-in bodies, my lips ended up colliding brutally against her bare neck (that day she had her hair up, in that way that doesn’t suit her much). Her face spun around, confronting me with the largest quantity of fury per square inch possible in two turquoise eyes. I guess my terror was so evident, and so Eisensteinian, that it was able to place a small morsel of milk and honey (that is to say, a metaphysical candy) in the little mouth of that sudden indignation, so that, almost immediately, the girl’s face transformed, diluted into the most stimulating expression of pity/sympathy that I had ever seen. Then, trembling a little (a strategy I would recommend to anyone who in the future finds themselves in such a predicament), I kissed her respectfully on the cheek and then, finally and triumphantly, on the lips. Just then the organist started a fugue, in very glorious disorder for such renowned military men, on the superpowers of the Kingdom of Heaven: he rained down on us from above Liszt’s Fantasy and Fugure on the theme, “Ad nos, ad salutarem undam”, like news of freedom for the pit of the condemned. Despite the ruckus, a blind man nearby felt around for our bodies and patted us on the back, nodding approvingly with nobility and sweetness: he had heard over the din the minuscule sound of our lips pulling apart. A rather large old Jewish lady, on the other hand, took advantage of my state of rapture to sink her elbow dangerously close to my liver. Someone nearby smelled of rotten garlic. María (at that point I didn’t know her name was María) pushed herself against my body, put her face against my chest and closed her eyes. Standing like that we listened to Bossi’s Symphonic Studio. We were married that same night, after I was able, using all my influence with the Party, to dispense with the bureaucratic niceties. But she still slept that night at her parent’s house; they seemed perplexed by the news. I wrote a poem, full of hallelujahs, hosannas, etc.
— Roque Dalton